I.
Hay cosas que me enferman de los nervios.
Tú,
por ejemplo,
pero sobre todo esas nubes que me tapan la cordillera
pero que así y todo no se atreven a tapar el cielo, cobardes,
porque tapan lo más lindo y no tapan lo más peligroso,
que es esa luz que baja del cielo y me ilumina las ojeras
y las pestañas y las cejas y los ojos,
que me pone a la luz cuando quiero mirarte a escondidas.

II.
Hay una foto de mi abuelo en la playa
y tiene la misma sonrisa que pone mi mamá en la calle
la misma forma de las comisuras, las mismas ojeras al entrecerrar los ojos:
hay otra foto de mi abuela de muy joven
y tiene la misma cara que tengo yo cuando me miro al espejo
y los mismos labios, aunque su cara tiene más aire a actriz famosa
a Angelina Jolie, por ejemplo,
aunque ella no ha sido ni será nunca de mis favoritas.
Cómo lo hizo mamá para parirme a mí
y hacer que me parezca a mis abuelos en esas fotografías,
que acaso son las únicas que he visto de ellos,
vaya a saberlo una, que
en general no se parece nada al lado materno de la familia.

III.
Toda la infancia empezó a venirse abajo
el día en que empecé a depilarme las cejas:
primero el entrecejo, luego las orillas
y luego lentamente el borde inferior,
y luego el superior,
y luego vino el maquillaje para las mejillas,
y la sonrisa hipócrita en la cara,
y las pestañas siempre bien encrespadas.

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